LUQUILLO - Era una noche de un jueves de mayo, como cualquier otra.
Pero, mientras muchos dormían y algunos ‘pariseaban’, un grupo de ciudadanos presenciaba uno de los rituales más milenarios del planeta: una especie de tortugas marinas en lucha por sobrevivir a las condiciones que, tras miles de millones de años de existencia, las mantienen como una especie en peligro de extinción.
Aprovechando la poca iluminación que los ya escasos espacios costeros sin construcciones en la orilla les proveen, decenas de tinglares abandonan por un rato su hábitat marino para anidar en las playas caribeñas. Hasta el viernes, el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA) había contabilizado, por lo menos, 228 anidajes en las costas borincanas. Ese jueves, en la playa San Miguel, en esta ciudad, con las estrellas y las luces de construcciones lejanas como cómplices, a las 10:15 p.m., una primera tortuga apareció del mar para iniciar su ritual. En esa costa se propone las construcción de dos mega proyectos. También se propone el Corredor Ecológico del Noreste (CEN), para preservar esos terrenos.
Tras seleccionar el lugar apropiado para el anidaje, y con movimientos muy suaves y precisos, la tinglar excavó el hueco donde depositaría los huevos. Casi una hora después, entró en lo que los científicos identifican como el trance, etapa en la que desova. Luego, repuso la arena e inició una danza con la que camuflajeó su nido para proteger de los depredadores a las crías que nunca verá.
Más tarde, comenzó su intento por regresar al mar, pero como muestra de lo que sucede con las tinglares madres y sus crías por la contaminación lumínica en las costas, la protagonista de la noche se desorientó por las luces de las linternas y las cámaras de los presentes.
Tuvo que intentar tres veces hasta que, finalmente, logró adentrarse en las enérgicas aguas de la costa noreste.
La auxiliar científica del DRNA, Rosaly Ramos, explicó que los tinglares buscan la oscuridad de la arena para desovar. Para regresar, identifican el mar por el reflejo de la luz en el agua. Si la costa está iluminada por las construcciones en la zona, las tortugas y sus crías pueden desorientarse y adentrarse en la tierra. “Este lugar, pues, todavía lo tenemos perfecto para anidajes... Si tenemos iluminación en la costa, la tortuga se desorienta. Ése es el problema que tenemos con los desarrollos en la costa”, comentó Ramos.
Por eso, el portavoz de la Coalición Pro Corredor Ecológico del Noreste, Luis Jorge Rivera Herrera, urgió la designación de la zona como una reserva natural. Según el DRNA, en una noche se han producido hasta 15 anidajes en las playas del CEN.
Pero, mientras muchos dormían y algunos ‘pariseaban’, un grupo de ciudadanos presenciaba uno de los rituales más milenarios del planeta: una especie de tortugas marinas en lucha por sobrevivir a las condiciones que, tras miles de millones de años de existencia, las mantienen como una especie en peligro de extinción.
Aprovechando la poca iluminación que los ya escasos espacios costeros sin construcciones en la orilla les proveen, decenas de tinglares abandonan por un rato su hábitat marino para anidar en las playas caribeñas. Hasta el viernes, el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA) había contabilizado, por lo menos, 228 anidajes en las costas borincanas. Ese jueves, en la playa San Miguel, en esta ciudad, con las estrellas y las luces de construcciones lejanas como cómplices, a las 10:15 p.m., una primera tortuga apareció del mar para iniciar su ritual. En esa costa se propone las construcción de dos mega proyectos. También se propone el Corredor Ecológico del Noreste (CEN), para preservar esos terrenos.
Tras seleccionar el lugar apropiado para el anidaje, y con movimientos muy suaves y precisos, la tinglar excavó el hueco donde depositaría los huevos. Casi una hora después, entró en lo que los científicos identifican como el trance, etapa en la que desova. Luego, repuso la arena e inició una danza con la que camuflajeó su nido para proteger de los depredadores a las crías que nunca verá.
Más tarde, comenzó su intento por regresar al mar, pero como muestra de lo que sucede con las tinglares madres y sus crías por la contaminación lumínica en las costas, la protagonista de la noche se desorientó por las luces de las linternas y las cámaras de los presentes.
Tuvo que intentar tres veces hasta que, finalmente, logró adentrarse en las enérgicas aguas de la costa noreste.
La auxiliar científica del DRNA, Rosaly Ramos, explicó que los tinglares buscan la oscuridad de la arena para desovar. Para regresar, identifican el mar por el reflejo de la luz en el agua. Si la costa está iluminada por las construcciones en la zona, las tortugas y sus crías pueden desorientarse y adentrarse en la tierra. “Este lugar, pues, todavía lo tenemos perfecto para anidajes... Si tenemos iluminación en la costa, la tortuga se desorienta. Ése es el problema que tenemos con los desarrollos en la costa”, comentó Ramos.
Por eso, el portavoz de la Coalición Pro Corredor Ecológico del Noreste, Luis Jorge Rivera Herrera, urgió la designación de la zona como una reserva natural. Según el DRNA, en una noche se han producido hasta 15 anidajes en las playas del CEN.
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