viernes, 4 de mayo de 2007

Proteger el cielo

La contaminación lumínica es la luz no deseada que invade el cielo por la noche con intensidades, direcciones o rangos innecesarios procedentes de la mala calidad del alumbrado nocturno, público o privado.Hoy es difícil encontrar calles, plazas o espacios urbanos sin iluminación artificial. Los sistemas termosensibles, de disminución y aumento de intensidad en función de la presencia humana, son casi inexistentes. La iluminación nocturna invade fachadas, monumentos, rótulos, industrias, zonas deportivas, gasolineras, puentes, áreas de ocio, aparcamientos, autopistas, avenidas de acceso a aeropuertos… Lugares casi siempre sometidos a una intensa e inadecuada iluminación artificial.
El Colectivo Cel Fosc (Cielo oscuro), un dinámico grupo catalán de aficionados a la astronomía, consiguió que el Parlamento de Cataluña aprobara, por unanimidad, en 2001 una ley pionera, aunque el reglamento de 2005 que la desarrolla cinco años después, devolvió la iniciativa al crepúsculo, cuando podríamos ir a la cabeza de Europa, por una vez.Las farolas no deben dejar escapar la luz fuera de la línea horizontal. Las farolas inclinadas y los globos pierden parte de su luz diseminándola en el cielo. Un despilfarro inútil que se intensifica por las nieblas y la contaminación por partículas. La contaminación lumínica tiene unas repercusiones que no se ven a simple vista. A las económicas se suman las ecológicas y las sociales. Riesgo en la conducciónA todos los daños cabe sumar el peligro para peatones y conductores donde las luces mal orientadas o demasiado potentes hacen perder la agudeza visual que a su vez aceleran la conducción.Gran parte de la electricidad que consume el alumbrado público procede de centrales térmicas alimentadas con combustibles fósiles. El consumo no solo comporta un dispendio público, una contaminación y un conjunto de emisiones de gases de efecto invernadero, en especial de dióxido de carbono.
El caso es que ordenanzas locales y de otras comunidades autónomas obligan a apagar la iluminación ornamental y monumental a media noche en invierno, a reducir el alumbrado de las calles a partir del momento en que la actividad baja al mínimo, consiguiendo sustanciales ahorros que se amortizan en un par de años.

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